lunes, 15 de junio de 2009

Historia de una busqueda y un reencuentro

Fue una tarde de un jueves aparentemente cualquiera, cuando me dejó sin decir adiós o dejar rastro alguno de su paradero. La verdad es que pasaron días antes de que me diera cuenta de su ausencia, me di cuenta cuando quise usarlo y no se encontraba a mi disposición como siempre lo había estado. No habíamos pasado juntos más de 2 meses pero me había acostumbrado a su presencia de tal forma, que nunca pensé que me dejaría.

La pérdida de mi iPod, conocido como Huitlacoche en los barrios bajos, fue un evento que me marcó para siempre. Los primeros días fueron los peores, no podía dormir mal diciendo mi estupidez y viendo la imagen de Huitlacoche cada vez que cerraba los ojos, sentía que había perdido al más bello e inteligente de mis hijos.

Las primeras 72 horas, como me lo han enseñado más de 2 programas televisivos sobre investigación criminal, eran cruciales para encontrar al individuo en cuestión. La primera acción fue buscar en todas mis bolsas (que no son tantas pero tampoco son pocas), pero por supuesto no se encontraba ahí. El siguiente paso era mandar un escuadrón de rescate a la profundidad de mi habitación. Mi cuarto, aunque es pequeño, cuenta con infinidad de cajones y recovecos donde le sería fácil ocultarse a un iPod con intenciones de escapista, aunque el escuadrón hizo su mejor trabajo, como es de esperarse en estos casos, no encontraron ni un pelo de Huitlacoche.

Con los últimos minutos de esas 72 horas se fueron todas mis esperanzas de encontrar a Huitlacoche, lo daba por muerto, era momento de seguir adelante, conseguir un nuevo empleo en otra ciudad e intentar reanudar mi vida.

Aunque no me fui a otra ciudad, ni conseguí empleo, la decisión de continuar había sido tomada y no había vuelta de hoja. Aunque esto era cierto, pasé por lo menos una semanita con sus 7 días, con un humor "de la reverenda chingada" como se dice por ahí. Ver el cargador de Huitlacoche, o la cajita que había acondicionado como su hogar aún me dolía en lo profundo del alma.

Antes de dormir le pedía a los poderes más grandes que me dieran alguna señal, lo que fuera, de donde se podría encontrar. No recibí nada más que un brutal silencio y sueños en los que Huitlacoche era tan sólo un personaje incidental. Tal vez por eso me había dejado, a fin de cuentas me tomo 3 días percatarme de su ausencia, merecía su silencio y su partida sin adiós.

El día de hoy a la 1:30 a.m tuve un impulso de limpieza, me fue físicamente necesario colgar todos los pantalones que se encontraban en mi cuarto. Cuando terminé, vi mi chaleco morado y el me vio a mi con una sonrisa burlona, él tenía algo mío, sabía que haría lo que fuera por recuperarlo, no me detendría ni la moral ni los principios, me vio a los ojos y sabía que debía entregarlo. Huitlacoche era mio de nuevo, había pasado 3 semanas como prisionero del terrible chaleco morado.

Ahora somos felices otra vez y hemos pasado una hora de bendita reconciliación.

No hay nada como una historia con final feliz para variar.

3 comentarios:

Pinkrobot dijo...

jajajaja que buen post, reí... lloré, de todo.

Mi iPod murió, aún prende pero se rehusa a tragar canciones y no toca nada, es triste... ningún saco maligno me lo regresará nunca.u

Ángel L. M. dijo...

yo ni ipod tengo =(

pero me encantó tu post! jaja

:)

PurpleK dijo...

suerte que tu chaleco morado no fue mandado a la lavadora antes de encontrar a huitlacoche